Lo que dicen los expertos en PFP
27 may. 2021· 7 minutos de lectura

La historia de las PFP, 3.ª parte

Uno de los primeros espirómetros
A finales del siglo XIX, el dispositivo diseñado por Hauke-Waldenburg se convirtió en el espirómetro/aparato neumático más utilizado de la época, y sus beneficios se observaron en distintos tipos de enfermedades, desde tuberculosis, a enfisema, pasando por síntomas de asma estacional.

Actualmente, nadie se cuestiona la posibilidad de realizar pruebas de función pulmonar. La tecnología ha puesto la espirometría literalmente en la palma de nuestras manos y hasta los equipos destinados a pruebas más complejas –como las pruebas de capacidad de difusión pulmonar– tienen hoy en día un diseño portátil. Pero, para entender realmente la magnitud de esta evolución es importante remontarse a sus inicios. Esta es la tercera parte de una serie de artículos sobre las pruebas de función pulmonar.

Leer desde el principio:
La historia de las PFP: 1.ª parte
La historia de las PFP: 2.ª parte

Un aliciente para el tratamiento

Las enfermedades pulmonares no son nada nuevo. Ya en los primeros libros sobre medicina, como Sepulchretum *(1679), -un compendio de informes de autopsias y antecedentes médicos de los fallecidos, recopilado por Théophile Bonet- se describe lo que conocemos hoy como enfisema, como «pulmones voluminosos»; la tuberculosis, tal como la conocemos actualmente, se identificó en la misma época, a partir de la declaración de Richard Morton, que afirmaba que siempre se observan lesiones tuberosas en los pulmones de los pacientes* afectados por la enfermedad. La identificación del asma aún se remonta más atrás en el tiempo; de hecho, aparece en textos chinos de hace unos cuatro mil años* descrita como «respiración ruidosa» (seguramente en referencia a las sibilancias).4 La búsqueda de métodos eficaces para tratar estas afecciones es casi tan antigua como las distintas enfermedades. Al igual que sucede actualmente, entre los distintos tratamientos de la vieja escuela podíamos encontrar los buenos (componentes de la epinefrina análogos a la efedrina), los feos (sangre de búho, ciempiés empapados en miel y otras pócimas) y los malos (remedios consistentes en quemar distintos tipos de plantas con una reputación cuestionable).

A finales del siglo XIX, la espirometría era el centro de atención en el ámbito terapéutico. Una vez establecido el vínculo entre los parámetros de la función pulmonar y la salud general, la atención se dirigió a las aplicaciones prácticas de esta tecnología en constante evolución. Gran parte de los argumentos que se inclinan por el uso de la espirometría con fines terapéuticos, además de diagnósticos, se basan en la idea predominante en aquella época de que las enfermedades respiratorias se dividían en dos grupos, las enfermedades de inhalación y las de exhalación. Por ello, el tratamiento se centraba en alternar las características del gas inhalado. Aunque el oxígeno ya se conocía por aquel entonces, así como los posibles beneficios terapéuticos que podían obtenerse con su uso, las opciones prácticas para suministrar oxígeno molecular de manera constante eran escasas (o incluso inexistentes). Comer «pan oxigenado» y beber agua con oxígeno disuelto no eran únicamente remedios de curanderos, sino que estos tratamientos se recogían en revistas médicas de renombre como las mejores opciones.* Por aquel entonces no se disponía de los tratamientos farmacéuticos actuales; así pues, si no podía modificarse la composición del gas inhalado, la única posibilidad era jugar con la presión y la densidad.

Todo lo que sale, entra

Este lema convirtió al espirómetro en el candidato ideal para suministrar el tratamiento. El dispositivo había sido diseñado para medir el gas espirado, pero, ¿por qué no modificarlo ligeramente para administrar a los pacientes el aire especializado? ¿O cambiar los parámetros para la exhalación? Esta idea se materializó en el método neumático, y fue la base a partir de la cual se realizaron modificaciones al antiguo aparato diseñado por Hutchinson.

Uno de los primeros dispositivos de este tipo fue la cámara neumática. Se trataba de una caja de hierro hermética con una entrada a través de la que se podría bombear aire comprimido a partir de una máquina de vapor situada en el exterior. El aire comprimido contenía una mayor cantidad de moléculas de oxígeno y se pensaba que esta sobreoxigenación mejoraría algunas formas de disnea.* En algunos artículos se defiende el uso de este artilugio y se indica que algunos pacientes con bronquitis o asma observaron mejorías. No obstante, en general los resultados no se mantenían en el tiempo y los pacientes volvían a su estado inicial poco después de su paso por la cámara hiperbárica. Teniendo en cuenta el precio de estas cámaras, una mejoría a corto plazo no era suficiente para ir más allá de la fase de pruebas.

Y aquí es donde entra en escena el espirómetro. El médico austríaco Ignez von Hauke fue el primero en describir la máquina que posteriormente mejoraría el alemán Dr. L. Waldenburg: un aparato compuesto por dos espirómetros modificados con pesos y poleas podría suministrar aire comprimido o enrarecido sin necesidad de utilizar un compartimento* específico para ello. El aparato de Hauke (y las modificaciones posteriores de Waldenburg) seguía siendo un artilugio bastante voluminoso, pero más fácil de desplazar y más económico, lo cual lo convertía en una opción más práctica para el tratamiento y su concepto recuerda enormemente a los respiradores no invasivos actuales. Los médicos podían ajustar algunas válvulas y otras configuraciones para que los pacientes inhalaran aire comprimido y exhalaran en un entorno de aire a presión ambiente o aire enrarecido a menor presión (y, como consecuencia, menor resistencia). El dispositivo también permitía introducir diferentes sustancias para la inhalación, como el oxígeno, o algunos vapores que se consideraba que tenían propiedades medicinales.

La combinación de las capacidades de medición del espirómetro con los posibles beneficios terapéuticos de la presión dinámica permitía a los médicos cuantificar los cambios en los parámetros pulmonares, como la capacidad vital. De este modo, se podía evaluar la evolución del tratamiento y establecer una mayor coherencia entre las citas, lo cual suponía un primer paso hacia la atención centrada en los pacientes. Por otro lado, los valores de la espirometría seguían estando disponibles para las decisiones de diagnóstico. Gracias a esta versatilidad, el espirómetro/aparato neumático de Hauke-Waldenburg se convirtió en el dispositivo más utilizado a finales del siglo XIX, y sus beneficios se observaron en distintos tipos de enfermedades, desde tuberculosis, a enfisema, pasando por los síntomas del asma alérgica.

¡Haciendo músculo!

Con los años, siguieron realizándose ajustes adicionales al aparato para hacerlo accesible a un mayor número de personas, pero esta no era la única opción disponible para el espirómetro terapéutico. Empezó a ponerse de moda la idea de reforzar la musculatura pulmonar, en lugar de limitarse a expandir los pulmones a la fuerza con presión. Hubo un dispositivo, el espirómetro Lacey, que se presentó como solución ante la debilidad pulmonar y otras afecciones.* En los espectáculos itinerantes de medicina de la época, el Lacey alardeaba de ser una opción «sin parangón» para el tratamiento de problemas faríngeos y de obstrucción de los tubos bronquiales, y garantizaba a los pacientes una «nueva oportunidad de vida más saludable». Todos los cantantes y oradores medianamente profesionales debían utilizarlo para «ejercitar los músculos pulmonares».

La realidad es que Lacey incluía un manómetro que permitía medir la fuerza espiratoria hasta 4 psi, lo cual lo convierte, en teoría, en el predecesor de los dispositivos de presión espiratoria modernos. Sin embargo, en la patente de Lacey no se indica la aplicación de ninguna resistencia, simplemente la capacidad de medir.* Esto significa que todo el esfuerzo recae sobre el paciente que debe espirar a la presión deseada. Como no se conocían los intervalos habituales, ni las mejoras que indicaban una evolución o cualquier otro dato más allá de la información puramente científica para guiar el uso de este dispositivo, el uso del Lacey no llegó a generalizarse y quedó relegado a la documentación médica.

Decenas de otros productos han jugado con las nociones de resistencia y medición hasta un cierto punto. Algunos de ellos, como los dispositivos comercializados como «SpiroScope», utilizaban agua o arena para medir la fuerza espiratoria (y ofrecer algún tipo de resistencia en la espiración).* El espirómetro Deyton Radial utilizaba un brazo de balanza para medir tanto la fuerza espiratoria como la capacidad vital y, de nuevo, no se comercializó pensando en las personas con enfermedades respiratorias, sino en cantantes y oradores.* Estos dispositivos estuvieron de moda durante bastante tiempo, ya que no resulta fácil luchar contra la promesa de que los usuarios podrían notar sus beneficios en tan solo una semana… ¡o en dos años!

¿Cuánto han cambiado las cosas?

Estos dispositivos tenían algo en común y es que todos ellos se basaban en la teoría científica, pero existen muy pocas pruebas que apoyen sus beneficios terapéuticos. Esto vincula a estos primeros dispositivos con el espirómetro moderno de incentivo, más que con el espirómetro diagnóstico actual, pero, por otro lado, también podemos considerarlos como los primeros pasos hacia el reconocimiento generalizado de la importancia de medir los parámetros de la función pulmonar y ejercitar los músculos para mejorar la salud pulmonar. La salud pulmonar dejaba de ser cosa de científicos y actuarios de seguros y entraba a formar parte de las preocupaciones del público general. Por desgracia, sin el soporte del sector clínico, los espirómetros caerían pronto en el olvido, ya que el interés de los fabricantes de este tipo de dispositivos por el ámbito de la investigación no era el mismo que por el sector del entretenimiento.

Michael Hess
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