El papel de las pruebas de función pulmonar en pacientes pediátricos 

No deja de ser un estereotipo, los niños pequeños tienen mocos y síntomas de resfriado todo el año. Las infecciones de las vías respiratorias superiores se extienden entre los niños casi tan rápido como los fuegos descontrolados, sobre todo cuando cuentan con las condiciones ideales: los ambientes cerrados de la escuela, una higiene de las manos deficiente y sistemas inmunitarios aún en desarrollo. Es bastante habitual que los peques se pongan malos varias veces al año, y que se recuperen con la misma facilidad.

Pero, en algunos casos, los síntomas del resfriado habitual o de la gripe pueden ser una señal de alarma que avisa de algo más grave. Según la American Lung Association (ALA), el asma es la enfermedad crónica más habitual entre los pacientes pediátricos. Solo en los Estados Unidos, el asma afecta a más de seis millones de niños y niñas. Más de la mitad de ellos pueden presentar crisis asmáticas en cualquier momento, lo cual suele derivar en absentismo escolar, disminución de las relaciones sociales y otros efectos a largo plazo debidos a la remodelación de sus vías respiratorias. En el resto del mundo, el escenario no es mucho más halagüeño. Se calcula que un 14 % de los niños y niñas en todo el mundo padecen asma y, esta enfermedad, es una de las principales causas de hospitalización entre los pacientes de menos de cinco años de edad.

Aparte del asma, los niños y niñas también padecen otras enfermedades respiratorias. La fibrosis quística es quizá una de las enfermedades más conocidas, que no solo afecta a los pulmones, sino también a otros órganos, como el hígado o el páncreas. La displasia broncopulmonar (DBP) suele observarse en bebés prematuros, que deben someterse a una ventilación mecánica o recibir un aporte de oxígeno durante las primeras semanas de vida. Esta enfermedad afecta a entre 10 000 y 15 000 bebés al año. Hay otras enfermedades que, aunque menos habituales, afectan también a miles de niños y niñas, como pueden ser la discinesia ciliar primaria (DCP), anomalías congénitas o enfermedades pulmonares intersticiales. En total, los problemas respiratorios son el motivo de una de cada cuatro visitas al servicio de pediatría.

El diagnóstico y el seguimiento de estas enfermedades puede ser complicado. El asma puede ser especialmente difícil de diagnosticar, ya que sus síntomas pueden ser muy variados, desde una tos crónica hasta reacciones atópicas, a distintos alérgenos, o broncoespasmos al realizar ejercicio. Al igual que sucede con los adultos, los síntomas pueden ser vagos, poco específicos y difíciles de aislar, lo cual suele retrasar el diagnóstico y aumenta el riesgo de sufrir afecciones respiratorias crónicas.

Para poder obtener el diagnóstico adecuado, es necesario realizar las pruebas adecuadas. Las pruebas de función pulmonar, junto con una historia clínica detallada y una exploración física completa, son esenciales para identificar los problemas pulmonares, clasificar las distintas patologías o desarrollar un plan de tratamiento personalizado adaptado a cada paciente. Para comenzar, suele realizarse una prueba de espirometría inicial, pre y posbroncodilatadora, con la que puede obtenerse información básica sobre la reacción de las vías respiratorias y su capacidad de respuesta cuando se padecen enfermedades como el asma. Otras pruebas de gran valor para supervisar la función pulmonar, por ejemplo, en casos de fibrosis quística, son los análisis de los volúmenes pulmonares, con pruebas como el lavado mediante respiraciones múltiples (MBW). Supervisar la capacidad de difusión pulmonar del monóxido de carbono con la prueba de DLCO también puede ayudar a obtener diagnósticos más complejos, como el de la enfermedad pulmonar intersticial, y ofrece a los profesionales todas las herramientas necesarias para mejorar la toma de decisiones clínicas.